Centroamérica & Mundo

Andrés Oppenheimer: El crecimiento económico no es el único camino para el bienestar

El libro ¡Cómo salir del pozo! revela las estrategias de diferentes países para elevar los niveles de felicidad.

2024-10-03

Por Gabriela Origlia - Estrategia & Negocios

Andrés Oppenheimer, analista y periodista de los más reconocidos e influyentes de la lengua española, escribe desde siempre sobre política, economía, educación y emprendedores; pero las revueltas en Chile en 2019 le marcaron un punto de inflexión. Admite que siempre consideró a ese país como un “modelo” a seguir por el crecimiento económico que registra y por las reformas instrumentadas.

En el 2021, los chilenos eligieron presidente a Gabriel Boric, quien apunta a cambiar algunos aspectos claves del “modelo”. “¿Qué estaba pasando? -se preguntó Oppenheimer- ¿Por qué no son felices?”. La “ola de descontento” sumaba casos desde la “Primavera Árabe”; en Latinoamérica y en el mundo llegaban al poder outsiders de la política.

Oppenheimer decidió tratar de averiguarlo. La insatisfacción no sólo reina en la política, se registra en las empresas que cada vez tienen más problemas para retener talentos.

Nacido en la Argentina y radicado en Estados Unidos, autor de ocho libros, ganador del Pulitzer, del Ortega y Gasset y del Rey de España, entre otros premios, Oppenheimer se embarcó en un viaje alrededor del mundo para saber qué hacen los países más felices para serlo. Un punto estaba claro de antemano, solo el crecimiento económico no alcanza. El resultado es el libro ¡Cómo salir del pozo! , que revela las estrategias que diferentes países instrumentan para elevar los niveles de felicidad.

Los números de la última encuesta mundial de Gallup (entre 150.000 personas de 143 países) muestran que 33% de los consultados dijo no sentirse feliz frente al 24% de 2006. Ese reporte mundial es fruto de una colaboración entre Gallup, el Oxford Wellbeing Research Centre y la Red de Soluciones para el Desarrollo Sostenible de la ONU.

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Finlandia, Dinamarca e Islandia integran el podio de la felicidad. De Centroamérica el mejor ubicado es Costa Rica en el puesto 12 -también es el mejor ranqueado de Latinoamérica-, le siguen El Salvador en el 33, Panamá (39), Guatemala (42), Nicaragua (43) y Honduras (61).

-Confiesa, en el inicio de su libro, que era “escéptico” cuando fue a la Cumbre de la Felicidad en Miami en 2022, ¿al terminar es menos escéptico?

Como periodista por naturaleza soy escéptico, tengo que serlo. Además, hay muchos charlatanes en este tema en todos lados por lo que me acerqué con cierta cautela. Hoy lo veo con más respeto, aunque sigo pensando que hay mucho charlatanes, encontré también que hay gente seria; economistas que están estudiando nuevas políticas públicas. Hoy la felicidad no es solo territorio de poetas y filósofos, como era hace un tiempo. Ya me había acercado a este tema por sospechar que tenía que haber gente mirándolo desde otro lugar. Empecé a analizarlo cuando vi en Chile, Perú y Colombia las revueltas sociales. Chile es el país que más creció, que más redujo la pobreza en los últimos 30 años. Para mí y para la mayoría de los periodistas y analistas de la región era el modelo de desarrollo y, de repente, en la calle estaba la protesta. El crecimiento económico no es el único camino para el bienestar, sigue siendo indispensable, pero hay que agregar otras cosas.

-No se lo puede catalogar de “estatista”, pero cuenta sobre políticas públicas que pueden ayudar a la felicidad. ¿Tiene el Estado un rol en este tema?

Tampoco soy un extremista del libre mercado. Hay mucho que los gobiernos pueden hacer. Cito ejemplos como el de Gran Bretaña; el que comenzó las encuestas de felicidad allí fue un conservador, el exprimer ministro David Cameron, que no es ni un estatista ni un socialista. Hay cosas que los Estados pueden y deben hacer.

En las encuestas inglesas se les pregunta a la gente cuán satisfecha está en su vida y con las respuestas se generan mapas de la felicidad, se pueden determinar en qué cuadras de un barrio hay bolsones de infelicidad. Con la minería de datos es muy fácil hacer un mapeo de cada ciudad, buscar las áreas. Si en una zona hay mucha gente que responde que su satisfacción es menor al promedio, el gobierno manda a una asistenta social y se determinan los por qué. Por caso, una fábrica cerró, los jóvenes se fueron, los adultos mayores están solos en sus casas.

Entonces, como en Dinamarca, se puede promover una ley de actividades comunitarias, que las escuelas cedan un aula o un auditorio para actividades de los mayores, que vayan a jugar al ajedrez, a leer, a cantar. Es muy barato y levanta nivel de vida. Estas cosas se pueden adoptar en Latinoamérica y no lo hacemos.

-Es más barato que el gasto en salud que genera la infelicidad... Ese es uno de los motivos principales para promover estas cuestiones. Me fascinaron dos estudios. Uno sobre unas 14.700 personas de la Academia de Ciencias de Estados Unidos que concluyó que los optimistas viven seis años más que los pesimistas y otro, de la Universidad de Stanford, sobre monjas de la congregación de Notre Dame que reveló que las más optimistas vivieron diez años más. Éste se hizo en base a los ensayos de admisión de los conventos de los últimos 100 años y se les fue dando seguimiento a cuándo murieron.

Las que hicieron los ensayos optimistas vivieron diez años más. O sea que el optimismo va de la mano de la felicidad y viceversa. No solo alarga la vida, sino que aumenta la productividad. Por eso hablo de fomentar la felicidad en las empresas; los trabajadores que llegan a trabajar feliz lo hace con más energía, con creatividad, con más innovación...

-Conoce muy bien toda Latinoamérica, ¿las empresas en general entendieron que esas políticas no se reducen a instalar juegos de mesa?

Falta conciencia de que un empleado feliz es más productivo, más creativo, más innovador que uno que no está feliz. A los juegos de mesa, quizá, los ponen porque piensan que serán menos infelices. No hay un esfuerzo claro por aumentar la satisfacción. Si preguntaran a sus trabajadores cuán felices son -del 1 al 10- y les dieran opciones de cosas que los harían más felices, encontrarían formas de aumentar el bienestar.

Las políticas sociales de las compañías están hechas igual para todos, para un recién graduado de 23 años que tiene intereses diferentes que uno de 50. Puede que quiera ganar más para pagar un posgrado o viajar, mientras que el otro tiene mal la dentadura y prefiere un seguro odontológico...Hay 20 variantes que se pueden considerar, pero ofrecen beneficios como si fuéramos todos iguales y no lo somos.

-Latinoamérica es la región con más inequidad del mundo, ¿cuánto influye en la infelicidad?

La inequidad, claramente, no es un plus pero, contrariamente a lo que se pensaba antes, no es el factor principal de la infelicidad. Se pensaba que los escandinavos eran más felices por el mayor grado de equidad de sus sociedades, pero los latinoamericanos tenemos niveles más altos de felicidad de los que podrían indicar la inequidad en que vivimos. Tenemos una ventaja y es el carácter más amiguero, más familiero, más comunitario. El elemento comunitario aumenta la felicidad.

-Más amigueros y ¿más resistentes al fracaso por la realidad que toca vivir?

Definitivamente. Tenemos que empezar a enseñar la tolerancia al fracaso en las escuelas. Nuestro lenguaje en la región tiene todo tipo de adjetivos para denostar al que fracasó, “se quemó”, “ya fue” o “está muerto”. Cuando escribí otro libro, ¡Crear o morir!, hice cientos de entrevistas en Silicon Valley y una de las cosas que más me impresionaron es que nadie habla en esos términos de nadie; el fracaso es un escalón rumbo al éxito, hay una cultura de aceptarlo como eslabón de aprendizaje que lleva al éxito.

-Un número importante de países en Latinoamérica registran serios problemas de institucionalidad, ¿cuánto pesa en el bienestar, en la felicidad?

Es importante. No es casualidad que los primeros países en el ranking del Reporte Mundial de Felicidad son los mismos que los primeros en el informe de Democracia, de Freedom House, o en el de Honestidad y Corrupción, de Transparencia Internacional. No es casualidad


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